Hola a todos:
Ya sé que estoy un poco pasada de la fecha, pero como dice el refrán: más vale tarde que nunca. Quería publicar antes pero mis múltiples ocupaciones me lo impidieron. Lo que quería hacer era un escrito que reflejara lo que en mi familia se acostumbra hacer en fechas de "los muertitos" como decimos y es así precisamente como he titulado mi relato.
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"Los Muertitos"
Desde muy temprano en la casa de Doña Ignacia comenzaban los
preparativos para el festejo de esa noche. La noche en la que los muertos
regresan al mundo de los vivos a degustar esas ofrendas que con mucho
entusiasmo los familiares les preparan a sus muertitos.
María se había despertado por el ruido que hacían su Madre y su Tía
Rufina en la cocina. Y ya desde temprano se impregnaba el aire con el sabroso
olor del mole que ya se estaba sazonando, mezclado con el olor que suelta el
ajonjolí cuando se está tostando con una pisca de sal. Se levantó y fue directo
a la cocina donde se le hizo agua la boca nada más de ver a una de las criadas
moverle a la olla del pozole.
En cuanto su Madre la vio, la mandó a lavarse y le dijo a Juanita la
criada que le diera el desayuno, porque ya había encargado las calaveritas de
azúcar, que no podían faltar en la ofrenda, y sería precisamente María quien
iría a recogerlas.
—Te vas con Don Pascual y le pides las calaveras de dulce que le encargué
—Le dijo —Y de una vez le dices que te dé papel picado y que lo anote en mi
cuenta, que yo después le pago. Mientras, yo me voy con Doña Lupe y compro las
flores y las veladoras y me alcanzas ahí.
Y así María salió al mercado y se dirigió directo al local de Don
Pascual, que se distinguía perfectamente desde la entrada por sus coloridos adornos
de papel picado y las flores que además de exponer para la venta también
adornaban el local.
—Buenos días Don Pas ¿Cómo le va? Vengo por las calaveritas de
azúcar que le encargó mi mamá y de por favor me da papel picado de diferentes
colores.
—Claro que si pequeña, aquí tienes y salúdame a Doña Ignacia.
Ya en casa, La Tía Rufina y Joaquín, su hermano estaban acomodando
las fotos de sus parientes fallecidos. Entre las fotografías se encontraban
aquellos muertitos que databan desde épocas inmemoriales: como el tío abuelo de
la abuela Sara —que había fallecido hacía como 50 años— que pereció en la época
de la revolución y que ya nadie recordaba su nombre. También había fotos recientes
como la tía Marina —hermana de su mamá y de la tía Rufina— que había fallecido
al dar a luz a su primer hijo Rogelio que ahora era contador y tenía 3 hijos
que María y Joaquín no conocían porque vivían muy lejos.
—Las veladoras —decía la tía Rufina —simbolizan la luz que les ayuda
a llegar a casa donde les espera la ofrenda que preparamos para ellos.
—Rufina, apúrate que se nos hace tarde para irnos al panteón —dijo
Doña Ignacia cuando llegaba a casa con las cosas que habían comprado en el
mercado.
La familia se unió a la peregrinación que ya se enfilaba al panteón.
Las familias llevaban enormes ramos de flores de cempasúchil y bolsas con
platos llenos de comida típica y la que les gustaba a los difuntos cuando
estaban vivos. Algunos llevaban pulque y otros juguetes y dulces, según los muertitos
que los esperan.
Al llegar al panteón, se dirigieron a la tumba de Don Vicente Rivas
y Costilla, el abuelo de María. Sobre la tumba, después de limpiar muy bien el
polvo y quitar las hierbas, depositaron sobre los floreros de mármol los
grandes ramos de flores y sobre la misma tumba pusieron los platos de mole y de
dulce de calabaza que con tanto esmero y cariño se habían preparado para tan
especial jornada. La familia, como todas las demás familias que llenaban el
panteón, se sentaba sobre la tumba o sobre las piedras a degustar los platillo
en compañía de sus muertitos. María tuvo que tallarse lo ojos porque creyó que
lo que estaba viendo sería cosa de imaginación. De la tumba de su abuelo se
levantaba un esqueleto con dificultan, lentamente se quitaba el polvo de
encima, el esqueleto la miraba y hasta parecía sonreírle con los dientes
amarillentos de la mandíbula. Estaba vestido con un traje café bastante raído
Lo extraño era que se veía casi transparente, miró a Joaquín quien igual que
ella estaba sorprendido por semejante visión, pero muy contento de poder pasar
un momento con su.
Miró alrededor y vio salir de las demás tumbas, esqueletos y personas de colores
azules y grisáceos, eran un tanto transparentes y era curioso ver como sentaban
al lado de sus familiares sin que estos se percataran de su presencia.
María y Joaquín se sentaron uno a cada lado del abuelo y felices contemplaron
como las familias se reunían con sus muertitos.
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