Siempre he amado la vista del atardecer desde
este acantilado, quizás esa fue la razón por la que decidí que aquella fría
noche de noviembre nos despidiéramos aquí. Y como cada año en el aniversario de
esta fecha pienso en ella y en nuestro último adiós. Le hago este homenaje
poque de cierto modo, no he podido dejarla ir.
Sentado sobre la hierba, cierro los ojos y
dejo que la suave brisa traiga a mi memoria los recuerdos que compartimos
juntos; el sonido de su risa, la suavidad de su piel, su cabello enredándose entre
mis dedos...
El sonido de las olas al romperse contra las
rocas me despierta, ¿en qué momento me quedé dormido? La luna llena es la única
luz en medio del firmamento, ni una sola estrella la acompaña. Miro hacia abajo
y puedo notar que, con cada nueva ola, la marea está subiendo, sin dudarlo me
levanto listo para irme, pero el fuerte sonido del viento me detiene, ruge tan
fuerte que parecen murmullos que se acercan desde lejos. Con un escalofrío en
la espalda me giro solo para ver la oscuridad del bosque y los árboles meciéndose
con una violencia creciente, sonrío por la ironía de sentirme asustado por el
simple sonido del viento y camino hacia mi auto, pero antes de alejarme una voz
familiar me detiene.
—¿Te vas tan pronto? —incapaz de mover
un solo músculo siento mi respiración acelerarse —me halaga saber que
después de todos estos años aún piensas en mí —dice con una risita, esa
risita encantadora.
El pecho me pesa y ahora me cuesta trabajo
respirar, quiero darme la vuelta, pero me aterra mirar atrás. El sonido de una
ramita al romperse me devuelve las fuerzas y me giro. Ahí está ella, caminando
hacia mí con su vestido azul de holanes y el cabello peinado en rulos, casi tan
hermosa como la recuerdo, si no fuera por el vestido hecho jirones y los
mechones de pelo dispersos en su cabeza, seguiría siendo tan deslumbrante
como cuando estaba viva. Y qué decir de la carne podrida pegada a sus huesos
húmedos,
—Siempre vienes, pero te vas antes de que
pueda venir a saludarte, eso es muy grosero de tu parte, ¿sabes?
Sin pensarlo dos veces, doy media vuelta y
corro hasta mi auto, pero al intentar abrir la puerta me maldigo por haber
puesto el seguro. Mientras busco la llave en el bolsillo de mis pantalones una
mano huesuda me hace caer al jalarme del tobillo, con la pierna libre la pateo
con todas mis fuerzas y oprimo los botones de la llave hasta que escucho
abrirse el seguro.
—La última vez también estabas muy violento,
pero descuida, esta vez no te tengo miedo —la empujo para liberarme y subo al
auto lo más rápido que puedo.
Silencio, nada más que silencio y me hace
preguntarme si estuve alucinando. Sin más tiempo que perder, inserto la llave, pero
el auto no responde.
—¡Arranca maldito auto de mierda!
—Esta vez no voy a dejar que te vayas —me
dice con su voz dulce —voy a llevarte conmigo al mismo abismo donde me dejaste —su
voz es ahora un rugido grotesco.
Con una fuerza sobrenatural, me saca del auto
y me arrastra con ella de vuelta al acantilado mientras mis gritos rompen la
quietud de la noche, igual que el día en el que yo la arrojé.
Este relato es mi participación en la dinámica de Creadoras de Historias, participé con el disparador de lugar.
Lugar:
*Estás en un acantilado.
*La marea está subiendo.
*Hay tanto viento que parece que alguien está murmurando.
*Empieza a oscurecer.
*El coche no enciende.
Si quieres saber de qué se trata,pícale aquí.
Disfruté muchísimo de esta dinámica y estoy muy contenta de compartirles el resultado.
¡Hasta el próximo ejercicio!
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