Hola
a todos
Hace
aproximadamente dos años, participé en un juego de relatos eróticos
y hoy me he encontrado con el relato, como lo tenía en otro blog,
creí oportuno compartirlo con ustedes nuevamente y aquí se los
dejo.
La
temática consistía en desarrollar una historia a partir de un
comienzo previamente establecido, el cual dejo resaltado para que se
note donde comienza el relato.
De
una vez les digo que es un poco largoasí que espero no les sea
tedioso.
Advertencia:
En este relato encontraarás contenido sexual, si no eres mayor de edad deja
de leer o lee bajo tu propia responsabilidad.
… PREMONICIONES…
“Como
cada jornada, sobre las nueve, Ámber regresaba a casa. Utilizaba la
línea de metro número 3, cuya duración era de veinticinco minutos
y que siempre pasaba por la estación a las nueve y diecisiete. Eso
le daba tiempo a comprarse algo de comer en la tienda de la esquina,
normalmente un croissant, que mordisqueaba con calma mientras paseaba
hacia el andén. Aquella noche llevaba un libro bajo el brazo, una
nueva lectura que empezaría en cuanto se diese una ducha, se pusiera
el pijama y se metiera en la cama. Pensando en si estaría demasiado
cansada para leer diez páginas o un capítulo entero, subió al
metro, que siempre estaba lleno a esas horas, y buscó un lugar dónde
sentarse; casi nunca había un asiento libre, pero no perdía nada
por comprobarlo.
De
pronto, le vio entre la gente. Se sobresaltó cuando sus miradas se
encontraron y bajó la vista al suelo. Él estaba allí, como cada
noche, en el vagón de metro de las nueve y diecisiete de la línea
número 3...”
Parecía
que le esperaba con esa cálida sonrisa que siempre le regalaba, ella
estaba fascinada por esos ojos claros y anhelaba el sabor de aquellos
labios carnosos.
Llevaba
ya más de tres meses que había notado su presencia en el vagón del
metro y desde aquel día ninguno de los dos había faltado una sola
vez a su cita.
—¿Me
deja pasar? —le dijo un hombre bonachón que bajó en la siguiente
estación.
—Claro
—dijo haciéndole paso.
A
pesar de la gente que a esa hora siempre llenaba el vagón, podía
apreciar los rasgos varoniles que marcaban su rostro. Los hombros
anchos que delineaban la bien torneada espalda, los brazos fuertes
que desembocaban en esas manos rudas y toscas, que resultan
inexplicablemente atractivas. Él, en toda su composición le
resultaba inevitablemente atractivo. Ese hombre había despertado en
ella un deseo que se había convertido en un pensamiento constante
que llenaba sus noches de insomnio.
Guardaba
celosa una fantasía que había tenido desde el primer día que lo
vio. Lo imaginaba siempre a medio vestir con la cabeza echada hacia
atrás y la camisa abierta dejando al descubierto su piel bronceada,
descubriendo sus deliciosas formas. Su torso varonil que incitaba a
ser tocado. A ser torturado. Que invitaba a ser llevado al éxtasis.
Porque como todos saben: no hay nada más seductor que la imaginación
perversa de una mujer.
Finalmente
y para su sorpresa un asiento junto a ella se desocupó y se apresuró
a sentarse pues los pies la estaban matando. Como toda mujer, estaba
llena de vanidades. Adoraba los zapatos altos que la hacían lucir
sexy y elegante, pero pasar ocho horas al día de un lado para otro y
encima fingir que sentía los pies tan ligeros como una pluma ya le
estaban pasando factura y necesitaba desesperadamente descansar.
Por
un momento pensó que era una buena oportunidad para comenzar su
libro pero cuando se disponía abrir la tapa, el sueño se apoderó
de su cabeza y eligió mejor acomodarse y dejarse llevar por el sopor
que ya la estaba invadiendo, al fin y al cabo aún faltaba mucho
camino por recorrer.
Unos
brazos extraños la sacudieron levente y sus ojos encontraron con
aquella mirada intensa que la hipnotizaba.
—Supongo
que también bajas en esta estación —su voz le pareció
seductoramente varonil.
—La
terminal. No puede ser. Me quedé dormida —se llevó una mano a la
frente y cubrió su cara —ahora tendré que volver en taxi.
—En
ese caso déjame acompañarte. Es mi culpa que te hayas pasado de tu
parada —sonrió.
— ¿Tu
culpa? ¿Por qué lo sería? —preguntó extrañada.
—Verás:
planeaba despertarte en tu parada, pero encontré un asiento libre y
al final me quedé dormido también.
—¡Ah!
Ya veo. Pues en ese caso, muchas gracias —le regaló la más
sincera de sus sonrisas.
Ambos
bajaron del vagón y se encaminaron a la salida. Ella estaba
nerviosa. Jamás imaginó que sus encuentros fugaces llegarán a más
y ahora que estaba hablando con él tal vez podría obtener su número
de celular. Él la miraba fijamente y sin disimulo mientras que en su
rostro se reflejaba la idea que comenzaba a maquinarse en su cabeza.
Cuando
llegaban a la salida un ruido conocido llegó a sus oídos. El aire
frío que se coló, les anunció la tormenta que caía fuera con gran
fuerza.
—¡Dios
Santo! ¡Pero si está cayendo el Cielo!
—Y
ni un solo coche en la calle.
—¿Qué
vamos a hacer? No podemos andar en la calle con este clima y a estas
horas —ella lo miró con ojos expectantes.
—Conozco
un lugar cerca ¡Ven! —dijo como si su mirada le hubiera dado el
valor de llevar a cabo la idea que su mente llevaba ya varios minutos
desarrollando.
Sin
pedir permiso la tomó de la mano y la hizo correr por toda la calle.
Doblaron la esquina y entraron a un amplio aunque modesto salón. Era
el recibidor de un sencillo hotel que a simple vista no era la gran
cosa. Él camino hasta el aparador donde se encontraba el encargado
de la recepción: un hombre pequeño ya entrado en años y un poco
clavo, pero muy amable.
—Buenas
noches. Una habitación para dos por favor —dijo sin dudar. Ella
arqueó una ceja y lo miró sorprendida. La había llevado a “ese
lugar” sin consultarle y encima planeaba pasar la noche con ella.
Aunque pensándolo bien, no estaba tan mal.
—En
seguida. Por favor regístrese aquí —dijo mientras le extendía el
enorme cuaderno de registro. No le llevó más de unos minutos
garabatear un par de nombres falsos y volver a dejar la pluma en su
sitio.
—Aquí
esta su llave. Ya que vienen empapados un baño con agua caliente les
haría muy bien, parece que necesitan calentarse. Que pasen una linda
noche.
«¿Calentarse?
» De eso se encargaría él precisamente. De asegurarse que ambos
pasaran una noche lo suficientemente cálida.
Caminaron
aún tomados de la mano hasta el elevador que los llevaría hasta su
habitación en el cuarto piso. Pero en Ámber comenzaba a surgir el
deseo de poseer el cuerpo con el que tantas noches había soñado. En
cuanto las puertas del ascensor se cerraron detrás suyo le regaló
una tanda de besos apasionados que terminaron de embriagarlo en la
pasión que desde hacía ya un rato había despertado en su cuerpo.
Lo
empujó contra el frió metal y sus manos comenzaron a vagar entre su
espalda. Sintió sus pechos atrapados entre las rudas manos de su
acompañante y dejó escapar un dulce gemido. Comenzó a estorbarle
la ropa, de un solo movimiento abrió la camisa descubriendo su pecho
firme esperando a ser tocado. Mejor de lo que muchas veces ella misma
había imaginado. Él no se quedó atrás y comenzó también a
desnudarla. Le quitó el saco y la blusa dejando al descubierto su
fina lencería. Mientras besaba su cuello y acariciaba sus pechos,
Ámber se quitó la falda para dejar al descubierto sus largas y bien
formadas piernas cubiertas por la transparencia de las pantimedias
negras.
Cuando
el elevador se abrió, el muchacho deslizó sus manos por debajo de
sus muslos y la levantó con dificultad ya que la camisa a medio
quitar limitaba sus movimientos. Ella se abrazó a su cuello y lo
besó profundamente en un arrebato de pasión. La llevó en sus
brazos entre besos y caricias hasta la habitación 403, donde apenas
hubo abierto la puerta, la dejó caer sobre las sabanas blancas que
cubrían el suave lecho.
Se
posó sobre el delicado cuerpo de la joven cuidando bien de no
aplastarla con su peso. Le regaló un beso apasionado y su mano
izquierda se resbaló hasta la suavidad que nacía entre sus piernas.
La tocó suave pero firmemente y sintió la humedad que ya estaba
surgiendo entre ellas. Se levantó hasta quedar arrodillado sobre la
cama. Sus manos se deslizaron desde los tobillos de Ámber hasta su
cintura, donde, de un solo movimiento, la despojó de las pantimedias
y de la ropa interior. Las piernas de la chica se quedaron unos
segundos en el aire, mientras él fijaba su atención en el suave
vello que cubría la entrada al paraíso. La joven cerró los ojos y
se dejó hacer.
Instintivamente,
sus manos rozaron la delicada piel de Ámber y ella soltó un suave
gemido producto del placer y la sorpresa de su tacto. Él la miró y
llevó sus labios al lugar que sus manos habían comenzado por tocar
y su lengua vagó sin pudor por su sexo.
El
cuerpo de Ámber serpenteaba y se retorcía de placer. Gritaba.
Gemía. Atrapaba el cabello de su amante entre sus manos y tiraba con
fuerza. Contraía las piernas y volvía estirarlas. Estaba sintiendo
una mezcolanza de emociones que la enloquecían. Había perdido la
noción. Su mente sólo se concentraba en las caricias que sentía su
cuerpo. Una oleada de choques eléctricos comenzó a surgir en su
cuerpo. Comenzó a subirle por las piernas y continúo por todo el
cuerpo. En cada parte de su ser se concentró la energía y
finalmente explotó en un maravilloso orgasmo que la hizo gritar. Su
cuerpo se sacudía por los espasmos y su respiración se interrumpía
por sus propios gemidos.
Cuando
la chica se hubo recuperado entró en el ligero sopor que despide al
orgasmo. Él se levantó y se recostó a su lado. La abrazó y dejó
que Ámber descasara la cabeza sobre su pecho.
—Eso
ha estado delicioso —dijo casi en un suspiro con la respiración
más relajada.
—Lo
sé, tu cuerpo es delicioso.
Ella
sonrió complacida y se removió para hundirse un poco más en los
brazos que la rodeaban.
—Me
gustaría saber tu nombre. Hemos llegado hasta aquí y ni siquiera he
tenido la oportunidad de preguntarlo.
—Ámber
—respondió —¿Y puedo saber cuál es el tuyo?
—Allan
—dijo con una sonrisa.
Se
acomodó de nuevo sobre la chica y comenzó a besarla, primero
dulcemente y luego con besos un poco más intensos. Despertando de
nuevo en ambos cuerpos, el deseo y la pasión.
—Disculpa…
Disculpa… —Se escuchó una voz en la lejanía y sintió en su
hombro una ligera sacudida.
—Disculpa…Oye…
—volvió a decir la voz y de nuevo su hombro se sacudió ahora con
más fuerza.
El
sonido de la molesta chicharra que anunciaba que ningún pasajero
debía permanecer en el vagón terminó de despertarla. Abrió los
ojos pesadamente y su mente aturdida a penas pudo comprender.
—¿Fue
un sueño? —susurró —Pero era tan real —dijo en un tono más
bien desilusionado.
—Perdón,
pero si no bajamos ahora nos quedaremos aquí quien sabe hasta cuando
—Ámber miró el rostro de aquel que le hablaba, nada más ni nada
menos que el protagonista de su reciente sueño.
Sin
esperar respuesta, la tomó del brazo y la condujo hasta las puertas
que ya anunciaban que estaban por cerrarse
—Me
quedé dormido también, podemos esperar el siguiente tren pero sería
más seguro volver en taxi —dijo mientras seguían caminando hacia
la salida.
—Perdón
pero ¿Cómo te llamas? —preguntó la joven a quien la escena
comenzaba a parecerle familiar.
—¡Ah
perdón! Me llamo Allan —sonrió mientras le extendía la mano
derecha en modo de saludo.
Ella
respondió el saludo por inercia. Sus ojos se abrieron por la
sorpresa y su boca se abrió para dar paso a la bocanada de aire que
había aspirado. Se recobró inmediatamente y apretó la mono con
fuerza.
—Ámber
—respondió sonriendo.
—Sólo
espero que no esté lloviendo, el servicio meteorológico anunció
una tormenta esta noche —dijo Allan mientras se llevaba la mano
derecha a la nuca.
—Bueno,
si ese es el caso, tal vez conozca un lugar por aquí cerca —una
sonrisa pícara se dibujó en sus labios anunciando la idea que
comenzaba a maquinarse en su cabeza. Tal vez no había sido sólo un
sueño después de todo.
......
Hasta
la próxima.
Un
beso
1 comments:
Muy interesante relato. Esos encuentros inesperados son los mejores. Saludos y adelante.
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